En el horario de las 10 pm, ese
donde hace años RCN no ve una con una
producción nueva, se despide con más pena que gloria La ley del corazón 2 y damos paso a una bionovela que en su país
también pasó sin llanto y sin sonrisa: La
Guzmán narrará la historia de la polémica hija de Enrique Guzmán y Silvia
Pinal, la cantante mexicana Alejandra Guzmán, conocida por hits como Hacer el amor con otro o Mala hierba.
Esta producción de Imagen TV (sí,
por si no lo sabían, no es de Televisa, lo cual es como si los mexicanos le
compraran una telenovela al canal Uno…¡ah, cierto, que ellos son terriblemente
incapaces de producir una sola ficción!) nos dará 59 capítulos tan soporíferos
como predecibles…con la diferencia de que, mientras en otras bionovelas, el
protagonista cantará porque sí y porque no, cual maldita rockola, para salir de pobre; la mexicana nació en cuna de
oro. Que sea una vagabunda es otra cosa… Ahí sí puedo imaginar que lo tendrán
bien complicado los del decadente canal de las tres letras para que el cada vez
más mediocre gusto del televidente nacional para que se traguen este sainete
sin gracia, que me obliga a plantear un interrogante serio: ¿De no haber
fallecido Fernando Gaitán y dado con ello la excusa a RCN para el re-run de Yo soy Betty la fea, qué productos propios iba a lanzar RCN en su
horario prime time? ¿La franja de
colores?
De Majida Issa no hago más
sangres. Todos saben que mi concepto sobre su nula calidad actoral es uno solo
y jamás va a cambiar. Prácticamente se repite a sí misma en La Ronca de oro (y hasta el tono de voz
de Guzmán Pinal le queda igual), pero como esto va por el denostado canal de Las Américas, ni por error olerá un India Catalina en 2020. Muy por el contrario,
ya me imagino los menos de 7 puntos que predeciblemente sacará en las cifras de
audiencia en su debut. Tampoco se merece más de ahí.
Comienza la novela con una salida
de la Alejandra Guzmán original a un concierto con un mensaje en voz en off y
luego, oh, qué sorpresa, el flashback de
rigor, de vuelta a 1982. Sí, los manitos ya nos copiaron nuestros trillados
recursos melodramáticos. Solo que, siendo apegados a la realidad, si es 1982,
la Guzmán ya tendría 14 años (nació en 1968), y la verdad, Majida Issa estaría
demasiado grandecita para personificar a una colegiala a la que la mamá regaña por
hacer travesuras escolares (ni que fuera Benjamin
Button). Ya desde ahí, se denota lo ridícula de toda la trama. Ni con la
mejor escenografía, vestuarios y utilería tapan lo insoportable que es el
acento mexicano forzado de la colombiana.
De lo poco rescatable es el papel
de Viridiana Alatriste (la desaparecida medio hermana de Alejandra Guzmán),
como el punto de equilibrio entre ella y su tormentosa relación con Silvia
Pinal. Pero en el contexto de la historia (y esto es un spoiler), no durará mucho, pues morirá en un accidente de tránsito.
E irónicamente, aunque en la vida real Viridiana era 5 años mayor que
Alejandra, en el físico de las actrices parece todo lo contrario. Esa sí es una
pifia de casting terrible. Porque de la actriz que representa a Silvia Pinal, prefiero correr tupido velo.
La secuencia del episodio debut
es lamentable. Alejandra Guzmán se nos planta sin anestesia, como la enfant terrible de su casa, pero no se
nos ubica en quien es quien en esta familia tan disfuncional, ni los orígenes
de esa rebeldía ante todo. En eso, la novela fracasa en la construcción de
personajes, so pretexto de mostrarnos una juventud descontrolada. Es como si
esta novela comenzara más bien como por el quinto episodio.
Las subtramas del internado en
Canadá para tratar de controlar a Alejandra y los conflictos de Viridiana con
su novio y de Silvia tratando de equilibrar sus deberes como madre y como
actriz se disuelven en medio de actuaciones flojas y planas y escenas de cama
poco justificadas. Luego de todo, resulta agotador el contrapunteo
Alejandra-Silvia, y lo peor es que así será todo el tiempo.
En definitiva, la Reina de corazones mexicana pasará a la
historia de fracasos bionovelisticos de RCN como Celia o Por siempre Joan Sebastian. Básicamente, porque los
artistas extranjeros no calan en un público como el colombiano, y menos si no
le generan identificación aspiracional.