Frontera verde es un nuevo producto de origen colombiano para
Netflix. Son 8 capítulos de 47 minutos cada uno que relata no una, sino dos
historias yuxtapuestas, a caballo entre el thriller
policíaco y la más pura ficción con CGI. Uno esperaría que teniendo entre su
pool de directores al aclamado Ciro Guerra (quien también es productor),
nominado al Oscar por El abrazo de la
serpiente, la serie estuviese a la altura de las expectativas, pero no. De
hecho, Guerra dirigió uno de los capítulos más flojos de la serie, y si me
apuran, esta producción podrían editarla a solo el primero, el cuarto y el
séptimo capítulo para comprenderla en su totalidad.
De hecho, comparte con El abrazo algunos de sus puntos fuertes, como lo es la cuidada fotografía, claro está, que todo ello a color, a diferencia de la cinta del 2015. La selva, el río, las florecillas. Todos son elementos simbólicos permanentes en la serie, tanto como la dialéctica entre un pasado fantástico y un presente desgarrador. Porque, para ayudarse a entender la trama, debemos decir que una es la parte de la investigación policíaca de cuatro misioneras muertas (y el hallazgo de un quinto cuerpo, al que le arrancaron el corazón), que ocurre en un presente; y otra la lucha de un pueblo indígena por sobrevivir a la presión del demonio blanco (los caucheros), que ocurre en el pasado. Otra constante que puede llegar a ser chocante para algunos espectadores, es la continua lectura de subtítulos, en esta selva a cuatro lenguas (castellano, portugués de Brasil, algo de alemán y la lengua indígena)
Helena (Juana Del Río) llega como
detective a esa selva que hace parte de su ADN a investigar el crimen, y se
encuentra de frente con una cruel realidad: la policía, en cualquier lado de la
frontera amazónica, es terrible (y predeciblemente) corrupta, muchos quieren
que nada pase con su investigación y no escatimarán esfuerzos por hacérselo
saber, inclusive, poniendo en riesgo grave su propia vida. El sonido y la
musicalización, bien medido en los primeros episodios, decae en los últimos.
Poco a poco, Helena deberá
reencontrarse con claves de su pasado que la unen a la Madre Selva, aquella a
la que quedó vinculada desde antes de nacer por intermedio de Ushe, una
indígena designada para defender a la
Madre Selva, junto con Yue, su mentor. Ushe es, de hecho, el cadáver sin
corazón que encontramos en el primer episodio, pero la explicación de qué le
pasó solo la sabremos entre el sexto y el séptimo episodio.
Finalmente, en la lucha entre el dominio del hombre
blanco contra el indígena y su saber ancestral, cuya batalla se surte en el
octavo y último capítulo, es ganada por los segundos. Helena descubre en su
pasado las claves que la unen a la selva y le permiten dar sagrada sepultura a
Ushe. Todas las respuestas las encontramos en ese fundamental séptimo episodio.
¿Qué le falta a Frontera verde para impactar?
Sencillamente, tener unas actuaciones más contundentes. Me atrevería a decir
que casi todo el elenco peca de una terrible frialdad. La batalla y posterior
derrota al demonio blanco resulta inconexa con todo lo que termina pasando en
la trama. Por eso, el final no sirve para redondear una historia que deja de
enganchar desde el segundo capítulo, remonta en el cuarto y finalmente pudo
quedarse en el séptimo. Y eso es una pena, porque, precisamente, lo que pude
darle luz verde a proyectos similares, es la acogida que tenga o llegue a tener
la misma en la plataforma de streaming, donde hay títulos mejor logrados.
Tal vez este sistema de dirección
a seis manos no ayudó a darle coherencia. Y en la selva de contenidos de
Netflix , presiento que Frontera verde no dejará de ser una débil flor de un día que se
la tragará la manigua.