Antes de comenzar a escribir sobre el remake de la telenovela escrita por el finado Fernando Gaitán, confieso que yo era más de “Las aguas mansas”, en aquel lejano ya 1994. Pero el mundo, RCN y yo mismo no somos los mismos que hace 27 años. Aunque ya habíamos entrado en Los años tenebrosos de la televisión colombiana, esta producción de la entonces programadora y hoy canal fue de la vanguardia en la conquista de mercados telenovelescos que dominaban ampliamente México y la misma Venezuela en el mundo hispanoparlante. Vista en perspectiva, siendo hijas del mismo autor, Café sufrió del éxito de Yo soy Betty la fea.
Las comparaciones nunca dejarán de ser odiosas,
y es que los remakes de Café (Cuando seas mía de Teveazteca y Destilando
amor de Televisa) son bastante lamentables. Pero a ellas se les une una
hecha por la misma factoría, pero con trazas de Telemundo.
Emular la calidad actoral de Margarita Rosa de
Francisco es otro nivel al que jamás llegará Laura Londoño. Y hasta Carmen
Villalobos da grima como una antagónica sobreactuada e infumable, lejana de esa
villana que fue Alejandra Borrero. Y el tercero en disputa, William Levy podrá
ser atractivo para el público tele(in)mundesco, y aunque Guy Ecker no era precisamente
un dechado de virtudes actorales, De Francisco compensaba. Aquí, ni eso. Aparte,
el cubano vocaliza tan mal, que vamos a necesitar subtítulos de apoyo. Así,
hasta el mediocre Desafío The Box, sin ser nada del otro mundo,
fácilmente puede liderar.
No es para menos: Aunque cuente con una
fotografía hermosa, las escenas engarzadas del episodio debut fueron flojas:
Desde el fallido atentado contra don Octavio, pasando por la promesa de venta
de la hectárea a Gaviota y su mamá, las de la discusión entre Sebastian y
Lucía, Iván y sus fechorías, y llegando preliminarmente a La discusión entre
don Octavio (Luis Eduardo Motoa) e Iván (Diego Cadavid), que trató de ser el
punto álgido del episodio debut, le faltó fuerza. Y era inevitable pensar en Padres
e Hijos, viéndolos (sobre)actuar, en especial con el momento del desmayo. La
muerte del patriarca fue tan pobre que parecía humor involuntario. Y por arte
de magia, Sebastian viaja de New York a la finca ¿Se teletransportó como los
Power Rangers? La escena de la iglesia,
que en la versión original fue tan bien lograda, en la adaptación se sintió
descafeinada. Y el primer encuentro entre Sebastian y Gaviota frente a frente se
sintió tan bochornoso como abrazar a la abuelita de uno parolo. Ni hablemos de
la gélida escena de Lucía encontrándose con su papá en las calles de Nueva York.
Y aunque los conflictos entre Iván y Sebastian eran inevitables, acá parecían
de patio de colegio.
Y sin solución de continuidad, pasamos de
llevar a Gaviota a su casa a un bar sin comerlo ni beberlo. Tal vez un hechicero
lo hizo. Y sí, Gaviota comienza a cantar. En Café (2021) sufren de síndrome “Maldita
rockola”: cantan porque sí y porque no.
Alerta Spoiler: Sebastian y Gaviota terminan juntos. Eso ya
podía verse sin necesidad del primer beso entre ellos, con el que cerró el episodio.
Yo decido no tomarme este trago sin sabor, menos después del affaire del canal
de las tres letras con aquello de la “celebración por la modificación de la
tributaria” en Cali. No se merecen mi rating.
Y tan poco se merecieron el de la teleaudiencia nacional, que en el debut los colocaron fuera del top 5 de programas más vistos. O al menos así nos hacen creer. A veces estas cifras las debo tomar con beneficio de inventario. Lo cierto es que el boom de mediados de los noventa está lejos de repetirse en este decenio.